El Minotauro /
Por Nicolás Durán de la Sierra /
Dentro del esfuerzo de renovación nacional emprendido por el presidente López Obrador, la necesaria y urgente depuración del aparato judicial del país no ha avanzado lo suficiente, como lo muestran, día con día, las noticias que dan cuenta de yerros y deliberadas omisiones de jueces y magistrados. Dos casos recientes ilustran bien lo antes dicho.
Los dos son dramáticos, y uno de ellos significó el pago de una cuota de sangre. Por la turbiedad de una orden judicial se dejó en libertad a un violento sujeto que poco después mataría a su esposa, Abril Cecilia Pérez, y si bien el homicida fue aprehendido casi de inmediato y el juez que lo liberó está siendo investigado, el evitable y terrible crimen ya se había cometido.
El otro caso, ejemplo de podredumbre casi increíble, es el del exgobernador Mario Villanueva Madrid, el único preso del fantástico Caso Cancún, y digo ficticio porque el caso existe sólo en los expedientes judiciales con los que se le ha perseguido por dos décadas. A los demás implicados en el sainete judicial se les ha liberado por falta de pruebas. A él, no.
Malo es, sin duda, que la garra del expresidente Ernesto Zedillo siga afilada -el preso lo acusa de maniobrar en su contra, en venganza por impedir que éste hiciera trafiques en el Estado-, pero peor es que el aparato de justicia se preste a la maniobra. Olga Sánchez Cordero, la secretaria de Gobernación sostiene que Villanueva Madrid debe gozar del derecho de seguir su condena en casa, pero al parecer sus palabras no pesan tanto.
Estos dos casos, de entre muchos que se dan en el país, ilustran bien el por qué urge sanear el aparato judicial. Los esfuerzos del nuevo gobierno topan una y otra vez contra el muro de un poder que si bien no está perdido, sí presenta áreas de ofensiva fetidez. Claro que se ha avanzado en ese sentido, pero las noticias del día a día reflejan que aún es largo el camino por recorrer.
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