Uno de los sobrevivientes dijo que el olor a muerto era tan fuerte que no podían resistirlo. A vivos y muertos los movieron de un rancho a otro, a través de brechas de terracería, en los extensos campos que circundan Matamoros.
Desde el pasado viernes habían circulado en redes sociales imágenes que ilustraban la manera en que cuatro ciudadanos estadounidenses eran arrastrados, “como perros muertos”, dijo uno de los familiares de las víctimas, hasta la caja de una camioneta de color blanco.
Las cámaras del C5 mostraron que en los hechos ocurridos en la calle Lauro Villar habían participado cinco o seis vehículos que se dirigieron hacia el rumbo de Playa Bagdad, en la región costera.
En Lauro Villar había quedado abandonado el vehículo en que los cuatro extranjeros habían llegado a Matamoros, la mañana del 3 de marzo. Una de las viajeras, según las autoridades, habría acudido a practicarse una liposucción. La unidad tenía placas de Carolina del Norte.
La primera versión indicaba que “los levantados” eran haitianos involucrados en el tráfico de drogas. Se pensó que se había tratado de un enfrentamiento entre los grupos criminales que disputan el control de esa parte de la frontera, y son escisiones del Cártel del Golfo.
Una identificación hallada en el interior de la camioneta abandonada indicó otra cosa. Pero no había denuncias de desaparición. Agentes de la fiscalía contactaron a autoridades estadounidenses basadas en el Consulado General de Estados Unidos en Matamoros para ver si el vehículo tenía reporte de robo. Mientras avanzaba el fin de semana, las pesquisas dejaron claro que no se trataba de ciudadanos haitianos, sino de un grupo de estadounidenses que aquella misma mañana había cruzado desde Brownsville, Texas.
El domingo, el FBI tomó conocimiento del asunto y entabló comunicación con el secretario de Seguridad Pública de Tamaulipas. El Buró solicitó también la ayuda de ciudadanos que pudieran aportar información: ofreció una abultada recompensa y abrió una línea de emergencia para la recepción de datos. El embajador de Estados Unidos, Ken Salazar, se comunicó con el gobernador Américo Villarreal —quien mientras Matamoros se hallaba en llamas había salido a practicar el alpinismo. La fiscalía estatal solicitó también la colaboración ciudadana.
A lo largo del lunes se comenzaron a recibir llamadas. Supuestos testigos hablaban de convoyes que se movían en brechas, de vehículos incendiados, de migrantes secuestrados y de cadáveres abandonados en ranchos y ejidos.
Fuentes cercanas a la investigación relatan que agentes de la fiscalía, reforzados por más de 40 agentes federales de la Conase, se dividieron en bloques de búsqueda y comenzaron a seguir las pistas. “Fueron a todas”, explican. Pero no había ni incendios ni muertos.
Al fin, quedaron solo 17 puntos.
Los “halcones” del Cártel del Golfo, a quienes el viernes pasado no les llevó mucho detectar el arribo de los estadounidenses, se habían esfumado de las calles. No había rastros de Ciclones, ni del temible Grupo Escorpión.
La búsqueda tomó toda la noche del lunes.
En la región hay ranchos de cientos y de miles de hectáreas. Lugares en que a lo lejos se yergue solo una casucha abandonada, el cuarto de los peones o el sitio en que se almacenan herramientas y materiales.
Ayer en la mañana, de acuerdo con autoridades consultadas, uno de los grupos se aproximó al ejido El Tecolote, en las inmediaciones del sitio conocido como La Lagunota: un lugar de apenas un centenar de habitantes repartidos a lo largo de extensos campos.
Había un pequeño cobertizo pintado “de color shedrón o ladrillo”. A un lado estaban algunas de las camionetas que los investigadores buscaban.
Ahí hallaron a los dos sobrevivientes del drama que comenzó en la calle Lauro Villar. Ahí estaban también los cuerpos de quienes perdieron la vida, y entraban ya en descomposición.
Fuentes consultadas indican que es probable que, al ver el tamaño del problema, el mismo Cártel del Golfo reveló la ubicación de las víctimas (lo que explicaría que a vivos y muertos los llevaran de un lado a otro).
Un joven de unos 23 años, encargado presuntamente de cuidar a los secuestrados, fue aprehendido en el lugar. Una fuente indica que “estaba aleccionado”, que “pidió un abogado”, que se negó a hablar.
De acuerdo con el relato oficial, un par de horas después de llegar a Matamoros, sicarios del CDG le marcaron el alto a los estadounidenses: estos no se quisieron detener por miedo.
Un grupo de camionetas comenzó a perseguirlos y entonces les tiraron. Uno de los visitantes echó a correr: le dispararon. Los otros se echaron al piso. Los sicarios subieron a rastras a la caja de una camioneta a los cuatro extranjeros (al menos uno ya estaba muerto), y las sacaron de Matamoros. Todo ocurrió a unas calles del Palacio Municipal, en pleno viernes, a las 11:40 de la mañana.
A los visitantes los movieron al menos tres veces: “los tenían unas horas, revueltos a los vivos con los muertos, en una casa de seguridad. Los interrogaban. Más tarde los llevaban a otro sitio”.
Pronto se conocerá a detalle la historia de Latavia McGee, Shaeed Woodard, Zindella Brown y Eric Williams. Pronto se sabrá si eran extranjeros en viaje médico o si su viaje tuvo otros motivos.
En todo caso, la suya será una historia propia de la realidad que miles de mexicanos viven diariamente en Tamaulipas, y no solo en Tamaulipas: en el país del presidente “más popular del mundo”, colocado de pronto en el campo de visión de la Casa Blanca, del FBI, del planeta entero.
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