El Minotauro
Por Nicolás Durán de la Sierra
La de Tulum, podría considerarse una crisis anunciada. Era mera cuestión de tiempo para que se desbordara la criminalidad que allí palpita, con su inevitable cauda de sangre. Desde hace mucho, las calles del pueblo costero han sido escenario de la guerra entre narcos por “ganar la plaza” y la tragedia de la joven salvadoreña Victoria Salazar es, acaso, el cruel corolario de esa violencia.
Convertido en municipio en 2008 por obra del entonces gobernador Félix González, pese a que su población no llegaba a los 50 mil habitantes, Tulum ha sido y es aún punto de trasiego de drogas que proceden de Colombia. Se le hizo municipio por utilidad económica y política de ese gobierno, no por interés de sus escasos pobladores. “Nacimos a la mala”, reconocen algunos de sus vecinos.
Los videos del asesinato de la joven no sólo dieron paso a la protesta del gobierno de El Salvador, de donde procedía la víctima, sino también a la intervención del gobierno federal… Lo que siguió era lo previsible: con el arresto de los policías se cerrará el caso ¿Qué más se puede hacer, sino ofrecer un abstracto mea culpa? Esto puede pasar en cualquier ciudad del mundo…
No obstante, mucho lo que puede hacerse. El asesinato de la joven salvadoreña es un árbol a mitad del bosque, y es el bosque el que está en llamas. El de Tulum es un gobierno fallido, y no por este asesinato, sino porque ha cedido su espacio a grupos criminales de todo tipo y no cumple con su tarea. Vamos, no puede siquiera evitar la celebración de fiestas masivas en plena pandemia…
La Federación debe enfrentar la crisis que emponzoña a Tulum, pues si bien hay faltas propias de los gobiernos locales como los abusos policiacos, extirpar el quiste del narco, motor primario de la violencia y la corrupción, no está en sus manos. Aunque dramático, el asesinato de Victoria Salazar es sólo un árbol que arde en un bosque en llamas que amenaza con extenderse.
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