Divagando
Suelo pensar que la vida es un volado: “¿sol o águila?”, como los juegos de antaño, donde ganabas todo o nada, pero seguías intentándolo.
“Desperté con el pie izquierdo”, pienso.
Trato de escribir y nada.
Y me duele la cabeza, me arde de estar esperando que caigan unas gotas de lluvia sobre el papel.
Voy a la oficina.
…
…
Las horas de escritorio arrastran el día. Trituran las horas. Pero lentamente… Y uno se cansa y cae bien hondo, como hojas en la carretera.
Hay días que se aclaran con el sol, o terminan espesándose como la niebla.
Me tomo un respiro.
…
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Hoy no es como otros días, donde puedes ir a cualquier lado y te diviertes entre estos pedazos de madera prensada, oficios, informes y consecutivos, y vas con aquella amiga a tomarte una coca cola bien fría a cualquier tienda. Y esa torta del restaurant el “Amigo”, es una torta deliciosa de jamón con queso tip top. No. Es un día lineal. Hasta qué punto, no lo sé. Sólo quiero que termine para arroparme en el cansancio.
…
La tarde es propicia para tomar un café o para observar cómo se desvanece el sol entre los matorrales.
Salgo del trabajo, voy a mi auto y regreso a mi casa.
Estoy en el “cuarto de estudio.”
Tomo un libro al azar, veo el título de la obra, leo la solapa. Lo regreso a su lugar. No es el momento de leerlo. Todo tiene su momento como cerrar los ojos e imaginarte tal o cual escena del libro que estas delineando. Y las palabras surgen a borbotones, tanto que tienes que retenerlas haciendo un cuenco con la palma de tus manos.
Hasta para cerrar los ojos tienes una tremenda flojera. Ganas de estar ahí, enfrente de la televisión, desenchufándote de todo. Ver una serie anodina, imágenes que pasan como sueños pesados de los que no recordamos nada, pero nos dejan con malas vibras.
Mejor escuchar una rola. Pero no hace clic.
Hasta una cerveza te sabe de la chingada.
En la aplicación del Facebook doy “me gusta” a unas imágenes con palabras motivadoras. Son amigos, amigas virtuales. No quiero seguir saludándolos.
Este día, este momento no tengo empatía ni conmigo mismo.
El pinche dolor de cabeza me tiene atolondrado. Ya me tomé tres pastillas de paracetamol de 500 mg cada una, según la caja, y nada. Es un dolor persistente.
Es un pinche dolor de cabeza vagando por el fastidio.
Es un tedio punzante.
Me recuesto y no puedo dormir, ni pensar en nada.
Sin saberlo caigo en un sueño profundo.
Reparador.
De esos que te llevan a donde ni te imagines, dado que no recuerdas nada.
El reverso de la moneda
Despierto a las 5:00 am. Me alisto. Abro las cortinas, las ventanas, y el sereno es tan maravilloso que estoy tarareando una melodía.
Primer sábado de mayo…
Y todo parece renacer, más que estoy viendo el pasto de mi patio, y está reverdeciendo, como estás ganas de beber un café.
Me alisto.
Mientras bebo mi café esspreso bien cargado, tomo un libro y es París era una fiesta de Ernest Hemingway, y es un “librazo” como digo cuando me atrapa un texto, “de pies a cabeza”, dado que lo leo durante varias horas.
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Caray y veo un mundo fascinante a través de la ventana: un tucán negro-verde-amarillo está en una mata de papaya. Picotea una papaya anaranjada, anaranjada, tanto que me lleva al horizonte, de donde se descuelgan unas palomas, y se escucha el picotear de un pájaro carpintero, y es como un tic tac acompasado, con sonido de madera. “Y a los canijos no les duele la cabeza”, pienso y sonrío, pero sigo observando el tucán, hermoso ser vivo, que refleja con sus colores un nuevo amanecer. El piar de los pájaros es tan intenso como una oda a la vida, pero no tengo palabras para describir esos sonidos, esa música tan excelsa.
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Voy por otro café, y salgo a saludar a mi gato silvestre Salem, que, por más que lo intenté no le gustó vivir en mi casa.
No está por la puerta.
Chiflo largo y tendido, en esa forma maravillosa que tenemos de comunicarnos. Aun estando cerca le chiflo, y corre hacía mí encuentro. “Esto no tiene precio”, pienso, al verlo llegar a mí puerta. Su pelaje es negro y aterciopelado. Precioso. Lo acaricio. Y el ronroneo es tan rítmico, que quiero abrazarlo, pero no puedo llegar a tales extremos con Salem. No le gusta que lo abrace. Sólo acariciar su precioso lomo. Y me gusta cuando se arquea y sigue ronroneando, ensanchando el horizonte de mi vida. Sé que sólo es un rato, ya que, al poco tiempo sigue su camino, y sabe que por la tarde tendrá sus croquetas y agua dispuestas, y habrá otros caricias y ronroneos. “Espacio de tiempo de oro líquido”, medito al ver cómo me observa y se deja acariciar por la única persona que puede hacerlo en este planeta, dado que no permite que nadie se le acerque. Salem es esquivo. Está en su naturaleza ese comportamiento. Y es una dicha ser observado de esa manera tan natural, tan franca, por ese extraordinario ser vivo.
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Como mi esposa Elena y mi hija tuvieron que ir a Mérida, tengo que adecuar mis horarios. Generalmente comemos fuera de casa los fines de semana. Hoy preparo cualquier cosa, en este caso ostiones ahumados. Abro dos latas, pongo el sabroso contenido en un plato. Exprimo una mitad de limón y agrego un poco de aceite de olivo.
Mientras estoy en esos preparativos, le digo a Alexa, ese engendro del Siglo XXI, que ponga música de rock de los años sesenta. Escucho esa música. Pero no hace clic con el momento. De repente, le digo a Alexa que ponga cumbias, y es la cumbia “Sampuesana”, y es el acordeón maravilloso de Aniceto Molino: cierra y abre el mundo.
Voy al “cuarto de estudio” y en la televisión pongo el YouTube y sigo viendo y escuchando cumbias. Si estuviera alguna de mis carnalas, bailaría ese ritmazo.
Con ese ánimo, le pongo croquetas y agua en sus respectivos recipientes a Salem. Le chiflo, y, como arte de magia, ahí está. Lo acaricio un rato, recibiendo su energía vital, y listo, ahora sí a comer. Bueno, cada uno por su lado.
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Luego, veo una película en “Netflix”, y es de vikingos. Chingona la película. Me emociona, más las costumbres de esa civilización que me atrae tanto.
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Extrañamente no escribí nada por la mañana y eso que tenía ímpetu, pero ahora lo hago. El tiempo se detiene en lo que voy rememorando. Son retazos de sucesos que voy hilando hasta darle un poco de luz a esas sombras.
Es un texto hibrido entre los recuerdos de mi abuelo Magdaleno y la importancia de la novela Pedro Paramo, de Juan Rulfo. Varios meses en el intento y no termina de cuajar. Pero avanzo, eso es lo importante. “Todo tiene su tiempo, su justa medida”, diría mi madre. “Espero que le halle la cuadratura al círculo de ecos que pretendo escribir”, pienso.
También empiezo a darle la última revisada a mi libro de relatos que he denominado “En la colonia”. Leo largo y tendido, y voy sopesando las escenas, la verosimilitud y otras cuestiones. Ya lo dejé “descansar” varios meses. Me aleje de él para, ahora sí, verlo fríamente, e ir “limpiando” todo lo que haya que hacer “delete”. Es más fácil calibrar los textos con el desapego de la distancia, que con la cercanía del corazón con que los escribes.
De repente, surge una imagen, y escribo: “Tengo la dicha de haber visto y palpado el agua. Manos en la superficie recorriendo bosques, flores, burbujas que te dejan vivir”.
Cierro los ojos y me adentro en esa agua.
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Estoy contento.
…
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Extrañamente tengo ganas de leer poesía.
Busco en la Internet. Es una maravilla moderna eso de tener a la mano obras de todos los tiempos, tipos y gustos. Aunque me gusta leer libros físicamente, es decir, sentir su textura, y hasta ese olor a mariposas que, a menudo, te atrapa, hoy tengo ganas de leer virtualmente.
Busco varios autores, y me voy por el rumbo de los poetas Beat.
Y leo una chingonería, es el poema Aullido, de la autoría de Allen Ginsberg, del cual les dejo una parte, es decir una captura Web:
…
Leo tres veces todo el poema en voz alta.
¡Es un genial poema!
¡Faltaba más!
La cuerda da para eso y para más.
Sigo con la novela de Hemingway.
En la casa contigua hay música de mariachi. Dejo de leer. Escucho la música de mariachi que es una sensacional música de mariachi que escucho este maravilloso sábado de mayo. Traspasa todos los confines de mi universo, tanto que ya es domingo. Quisiera que todos mis días tuvieran este espesor y ligereza a la vez. Pero nada es para siempre, lo tengo claro.
Y estoy oyendo esas melodías, y es como si estuviera en una fogata, y las chispas revolotearan alrededor de esa luna, que sales a ver, y es una increíble luna llena. No tengo palabras para describirla.
Y me siento bien, respiro bien, y el mundo es un buen lugar para vivir.
¿Águila o sol?
No lo sé… Es de madrugada, y hay un mundo por delante…
Correo de Jorge Manriquez Centeno, autor de este texto: jorge.manriquez.centeno@gmail.com.
Allen Ginsberg, Aullido, traducción inédita de Rodrigo Olavarría, “Cyber Humanitatis”, No. 26, Revista de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, ISSN 0717-2869, otoño del 2003, disponible en el siguiente enlace:
“Aullido”, poema de Allen Ginsberg. Traducción inédita de Rodrigo Olavarría. (uchile.cl)
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