El Minotauro
Nicolás Durán de la Sierra
Como comunidad, resulta en verdad vergonzoso que el gobernador Carlos Joaquín se haya visto precisado a obligar a la población, bajo penas de prisión o multas, a cuidar de sí misma, es decir, a utilizar el cubrebocas y acatar otras medidas sanitarias, ante las posibilidad de que se dispare el rebrote epidémico, con la inevitable pérdida de vidas y el desplome de nuestra economía.
Es penoso que se usen personal y recursos para labores de coerción, en tanto estamos frente al reto de vacunar, en un año, a unos 27 millones de mexicanos en un país de dos millones de kilómetros cuadrados; para Hugo López Gatell, el responsable federal de la operación, el desafío es colosal, sin referencias ni en nuestra historia, ni en la de la mayoría de países del mundo.
Las notas sobre el rebrote epidémico en distintas zonas del Estado son alarmantes, pero pese a lo que pudiera suponerse no es en Cancún o en Playa del Carmen, las ciudades más pobladas de Quintana Roo, donde están los focos rojos, sino en Tulum y Chetumal, pero sobre todo en la capital del Estado, que tiene el mayor índice de contagios de la entidad.
El caso de Tulum es especial, pues se dan una notable apatía ciudadana y una similar desidia de la autoridad municipal. Pese a la orden del gobierno estatal, los que organizan el “Zamná Festival”, continúan con la venta de boletos, aunque eso sí, pedirán el uso de cubrebocas. En 2019, el festival reunió a más de 25 mil personas. Se trata, casi, de un suicidio colectivo.
Estas medidas es posible que mengüen la expansión del brote, sobre todo porque buscan regular el transporte popular en ‘horas pico’ donde los autos particulares son pocos y sobran los camiones llenos de empleados, pero la tarea no será fácil sin el aval ciudadano. Ni con un policía en cada calle se puede obligar a cuidarse a quien no quiere cuidarse. Ese es compromiso de cada quien.
Sé el primer en dejar tu comentario de esta noticia