El Minotauro /
Por Nicolás Durán de la Sierra /
Aunque suene ridículo, los recientes cambios ocurridos en el Banco del Bienestar preocuparon más a la prensa del sector, a los diarios especializados, que a los bancos comerciales, los posibles afectados. Las criticas contra la Secretaría de Hacienda por nombrar a Diana Álvarez como nueva titular de la banca social, tuvieron más de encono político que de objetividad periodística.
Si es una entelequia más del presidente López Obrador, para qué gastar tinta en un asunto así, se interrogarán algunos. No obstante, el tema está lejos de lo banal y lo saben los analistas. Los frutos de esta banca habrán de recogerse en el mediano plazo, pero de entrada apoyará a las zonas pobres, a las áreas rurales, a las que fueron afectadas por la recesión dejada por la epidemia.
De hecho, su inicio de expansión nacional se aplazó por la crisis sanitaria y los recursos destinados a ello, unos diez mil millones de pesos, se utilizaron para paliar la pandemia. Se espera que para enero del 2021 inicie la segunda parte del programa de créditos para personas físicas y para microempresas, con intereses muy por debajo de la banca comercial.
Si bien no será sino hasta dentro de algunos años que esta banca inicie operaciones como las de los bancos privados, su ingreso será positivo pues regulará la oferta bancaria del país, una de las más caras del mundo y cuyas ganancias se deben, en parte, a los intereses que dejan las deudas no de los particulares, sino las de los gobiernos federal y los de los estados.
Para tener una idea del flujo de dinero, el año pasado, en conjunto, las utilidades de los bancos sumaron los casi 303 mil millones de pesos, con interés promedio aplicado del 24 por ciento. Por lo menos una tercera parte de este monto provino del sector público. En nuestro país, al parecer, la usura no tan sólo es bien vista, sino apoyada por los gobiernos.
De buen agüero es que los diarios financieros censuren los primeros pasos del Banco del Bienestar, o como le dicen con desdén, “el banco de los pobres”. Si hablaran bien de este afán por incluir en el circuito financiero a los muchos millones de personas que no tienen acceso a la banca, si hablaran de cómo ello podría mejorar sus condiciones de vida, ello sí que sería un mal augurio.
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