Hoy en día, muy pocos representantes populares, llámese regidores, diputados o senadores en este país tienen la calidad argumentativa y las habilidades suficientes para considerarse verdaderos tribunos. Probablemente existe solo un legislador federal con la capacidad de discutir y argumentar haciendo un correcto ejercicio de la retórica y me refiero a Gerardo Fernández Noroña, quien puede argumentar con fundamentos jurídicos, sociológicos, filosóficos, históricos y políticos como ningún otro legislador en todo México.
En el derecho moderno, una de las materias más interesantes desde la entrada en vigor del sistema penal acusatorio y que será aún más necesario cuando se aplique el Código Nacional de Procedimientos Civiles y Familiares, es la de argumentación jurídica, que en México tiene grandes exponentes doctrinarios como Jaime Cárdenas Gracia y Santiago Nieto Castillo, quienes han acuñado diversas obras literarias de consulta jurídica para litigantes y para personas juzgadoras.
La raíz de la argumentación jurídica es precisamente la retórica, y quienes en el derecho romano se consideran los padres de ésta, son principalmente Apolonio de Rodas y su alumno Marco Tulio Cicerón, quienes a través de diversas obras que reproducen juicios como el de Catilina, nos dan sendos ejemplos del valor y la importancia del correcto uso de la palabra en los tribunales y en la política.
En una obra denominada “Maldita Roma” del historiador Santiago Posteguillo, se hace alusión al encuentro de Cayo Julio Cesar en su exilio de Roma después de enfrentar en un juicio al senador Dolabela cercano al tirano Lucio Cornelio Sila, con el gran Apolonio de Rodas. Cayo Julio se acerca al maestro de Cicerón para preparar su regreso a Roma como líder político.
En su discusión, Apolonio de Rodas le manifiesta a Cayo Julio, que, en retórica, lo que el oponente no espera es aquello que lo desarma, y esto además de los juicios, es extensible a la política y al terreno militar. Lo inesperado, pero bien calculado, triunfa.
De la misma forma, Apolonio le induce a Cayo Julio a usar el humor, señalando que reírse del oponente con bromas o burlas más o menos agresivas, es parte de la retórica, pero también es el humor inesperado, el que descoloca de veras al oponente; es reírse de uno mismo, pues a esto muy pocos se atreven, pero es una de las mayores virtudes del uso de la inteligencia en la retórica, pues con ello se despoja de la vanidad y se pierde el miedo a ser víctima de cualquier exposición.
En México, estamos escasos de buena retórica en política, como mencionamos al inicio de este artículo, pero debemos estar atentos a las nuevas generaciones, ya que en las siguientes semanas comienzan los debates entre candidatos a presidentes municipales, gobernadores, diputados locales, federales y senadores; para sumarse a la participación política con el uso de la palabra y la exposición de las ideas, como ya está sucediendo con los candidatos a la presidencia de la nación.
Así pues, tendremos un escaparate donde todas y todos quienes aspiran a un cargo de elección popular podrán exponer sus dotes de retórica y argumentación jurídica, para darle una vez más la oportunidad a los electores de decidir por quien votar. De momento, vayamos preparando las palomitas y la salsa para presenciar los encontronazos que, sin temor a equivocarme, se pondrán color de hormiga. O al menos ese esperamos en un México en el que la vida sigue, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.
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