Leyendo en estos días la vida de Julio César y sus enfrentamientos en el Senado con Catón y con Marco Tulio Cicerón en la consecución de la reforma agraria que daba la posibilidad a los legionarios en retiro de obtener tierras por sus servicios brindados a la expansión del Imperio Romano, a través de la pluma de un gran historiador como lo es Santiago Posteguillo, en “Maldita Roma”, es imposible no observar la capacidad de retórica y de profundo conocimiento jurídico de las costumbres y de las leyes antiguas de Roma, lo que los hacía sin duda legisladores sólidos y forjadores del poder de la que fue la nación más poderosa del mundo por siglos.
Todo en Roma se decidía en el Senado y en las discusiones de los Tribunos de la Plebe, mostrando el verdadero papel que correspondió a los legisladores de aquellos tiempos. Derivado de estos antecedentes, de retórica y profundo conocimiento de la dialéctica, es que hoy en día existe una de las materias y especialidades más interesantes del derecho moderno. La argumentación jurídica.
De esas figuras legislativas es de donde retoman en la ilustración en la propuesta de la división de poderes, la posibilidad de contar con un poder legislativo funcional que norme y funde su actuar en la construcción del Estado de Derecho sobre el que tendrán que trasladarse los otros dos poderes. El ejecutivo y el judicial, de allí la importancia del legislador.
Sin embargo, en un país como México que estuvo gobernado por verdaderas mafias políticas entre 1929 y 2018, los mexicanos llegamos a perder nuestra capacidad de asombro por las mil y un arbitrariedades y abusos que se cometieron desde los poderes legislativos de dichas mafias. Todavía podemos remembrar con cierto coraje el FOBAPROA, el IVA y la burla de la “Roqueseñal”, los mayoriteos absolutos de los gobiernos del que lloró como un perro la gran debacle del peso mexicano, y que se repitió cada fin de sexenio, empobreciendo a millones para beneficiar a las mafias, y por supuesto, las “concertacesiones”, que marcan el nacimiento del “PRIAN”.
De acuerdo con Joe Dispenza, en su obra “Deja de ser tu”, el proceso de memorizar las emociones puede ser un tema complicado para las personas. Si un pensamiento se enlaza con un recuerdo y crea una emoción, al repetirse constantemente se convierte en una emoción memorizada. Luego entonces, vivir en el pasado de esa situación se transforma en un proceso del subconsciente. Tal como dice el autor: “Esta serie subconsciente de respuestas rutinarias se han comparado de formas muy diversas con un piloto automático y con programas automáticos de un ordenador. Estas analogías intentan mostrarnos que bajo la mente consciente hay algo que controla nuestra conducta”.
En este orden de ideas, gran parte de las personas que hoy están tratando de luchar por hacer un cambio en la forma de legislar y administrar este país después del cisma de 2018, es probable que no hayan logrado los avances deseados no porque no tengan la capacidad ni el talento suficientes, sino porque en muchos casos el subconsciente mexicano se apropió de esta forma de ser del político o la política, y lo vemos incluso con las recientes autodeterminaciones millonarias de bonos aprobados penosamente para sí mismos desde diversos congresos. Donde pareciera que siguen legislando impresentables como Humberto Roque, Ulises Ruiz, Fidel Herrera, entre muchos otros, que han desaparecidos o que hoy se han transformado.
Es por ello imperante un cambio no solo estructural, sino cultural, en el que los legisladores deben centrarse en el estudio, análisis y creación de leyes más que en la autopromoción mediática.
La urgencia de desarrollar un nuevo perfil de legislador en México, inspirado en los principios de la retórica, el estudio y la dedicación al servicio público que caracterizaron a los grandes líderes de la historia. Este cambio es esencial para avanzar en la construcción del “segundo piso” de la Cuarta Transformación.
Por ello, el legislador que requiere el “segundo piso” de la cuarta transformación debe salir de ese penoso bucle, y centrarse más en estudiar, analizar y dictaminar leyes, que en tomarse fotografías y selfies en eventos públicos que nada abonan a la construcción de leyes. Es tiempo de ser más estudiosos y argumentativos como en lo hicieron Julio César y Cicerón, porque el “segundo piso” que busca construir la presidenta electa requerirá de las y los mejores legisladores, de aquellos que no sigan presas de sus inconscientes prianistas, para poder construir el México que nos merecemos.
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