El Minotauro /
Por Nicolás Duran de la Sierra /
El sainete montado en el seno de la nueva legislatura en torno de la posibilidad de exentar del pago de impuestos estatales a nuevos casinos en el Estado, no sólo exhibió la mala fe o acaso la candidez de varios diputados, sino que antes que nada mostró su falta de oficio. La poca calidad de su tela la habían mostrado ya con la abrupta integración de su propia junta de coordinación interna.
La afirmación del gobernador Carlos Joaquín de que de su gobierno no había partido la iniciativa, encapsuló la maniobra en el ámbito legislativo, y si bien la exención fiscal ya fue desechada, la exhibición del ardid de José de la Peña, el presidente de la comisión de hacienda, es baldón para el cuerpo legislativo. Si uno pecó de inicuo, los otros de ingenuos. Todos perdemos.
Desde luego, en este circo hay pista y luces para todos y hubo diputados que se desgarraron las ropas, o las que se dicen ofendidas por la trampa o los que exigieron el cierre de casinos pues “tenemos mucho ludópata en el Estado”; en fin, que el espectáculo que esta incipiente legislatura ha dado a la comunidad es, por lo menos, lamentable. Salen de un escándalo par caer en otro.
Tratándose como es de un tema de ámbito federal, pues la apertura y operación de los casinos depende de la Secretaría de Gobernación, el tema fue zanjado por el propio presidente Andrés Manuel López Obrador en una reciente conferencia matutina, al anunciar que en su gobierno no abrirían más casas de juego y, de remate, que se revisaría el estatus de las que están operando.
La posición asumida por el presidente era de esperarse, pues cada vez es más obvio que en su lucha contra los cárteles se sigue la ruta del dinero ilegal, y cada vez es más obvia también la labor de la Unidad de Inteligencia Financiera. Los casinos, como se sabe, son paraíso para el lavado de dinero. Abrir casinos es abrir la puerta al dinero sucio, con toda la sangre que trae añadida.
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