El Minotauro /
Por Nicolás Durán de la Sierra /
Diluido el tibio fandango de la dimisión de Carlos Urzúa Macías a la Secretaría de Hacienda, cuando se hizo evidente ya que su salida no puso en riesgo las finanzas del país y que él no era el capitán económico de México; luego del ruido, aumentó el relieve del arresto de Juan Collado Mocel, uno de los abogados favoritos de la clase política que hasta hace poco saqueara al país.
La detención del otrora defensor de Mario Ruiz Massieu y de Raúl Salinas, entre otros pillos de cuello blanco y hoy del líder charro Carlos Romero Deschamps y hasta de Enrique Peña Nieto; la aprehensión del abogado fue de una gran factura política. Tras el señuelo del cambio en Hacienda, vino un mensaje tajante: en este sexenio no hay intocables y el presidente soy yo. Impecable.
Tanto la dimisión de Urzúa Macías como las denuncias contra Collado por parte de la Unidad de Inteligencia Financiera de la propia secretaría de Hacienda, es muy probable que desde el sábado anterior estuvieran en el gabinete presidencial en espera de una orden de arresto que resultó impecable. “Este es un gobierno de meras ocurrencias”, afirman algunos ingenuos.
La reclusión del abogado, quien busca amparo no para sí sino contra la requisa de la financiera Libertad, en la que se afirma se tejieron redes de lavado de dinero, no sólo alarmó a bufetes como Zinser, Esponda y Gómez Mont, pues hizo evidente que los abogados pueden ser detenidos, sino también al grupo político que si bien está de salida, aún no se resigna a dejar el escenario.
Quizá la figura de Lázaro Cárdenas inspirara a López Obrador para armar la trama Collado. Si el expresidente michoacano exilió a Plutarco Elías Calles para afianzar su poder y alisar el camino de su mandato, ahora, en estos tiempos, amenazar las cuentas de los políticos salientes ofrece el mismo resultado. La caja financiera Libertad bien pudiera resultar la caja de Pandora.
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