Abro un pequeño sobre. En medio está el nombre de la Jefa. Saco una tarjeta blanca con imágenes de flores en sus orillas, con su: “Felicitaciones, licenciado, en este día especial de su onomástico”, seguramente escrito con su pluma “Montblanc”.
“Detallazo”, pienso.
Indudablemente, la Jefa es distinguida.
Una mujer que viste de tal forma, con cortes de telas de importación, bolsas Carolina Herrera, perfumes Carolina Herrera, blusas Carolina Herrera, zapatos Carolina Herrera, un día, para el siguiente andar con bolsas Louis Vuiton, blusas Louis Vuiton, zapatos Louis Vuiton, y así sucesivamente, es hermosamente diferente a las demás.
¡Ah, los Rolex! Sublimes los desdichados. Los utiliza conforme con su vestimenta. Por eso, la Jefa tiene una bonita carcajada, porque se ve sublime una carcajada en quien viste, quien come y quien disfruta la vida con lo mejor que hay en ella.
Preciosa.
“Impecable”, dice Jesús, como le llamo a mí conciencia.
El “Delmónicos” es su oficina por las mañanas. Allá le llevan documentos importantes para su revisión y se acuerdan diversos asuntos. Se reúne con políticos de su talla.
“Sanborns de los azulejos” es su oficina de las tardes.
Regularmente es ahí, pero pueden ser otros sitios por Reforma.
Los desayunos, las comidas, las cenas son para grillar.
Los festejos del “Día de la Madre”, “Día del Padre”, posada y fiesta que antecede las vacaciones decembrinas son para grillar, darle oportunidad de que se luzca con un brillante discurso, previo a la rifa de refrigeradores, televisores, estufas, planchas, salas, y muchos enseres domésticos, ante las sonrisas complacientes de los trabajadores ganadores, quienes se van haciendo de sus “cositas” o de pomos.
Los eventos del partido tricolor son para grillar.
Conoce la máxima al dedillo: “En política, la forma es el fondo”, y la aplica en todos los resquicios de su vida. Cuando no se tiene que mover, pues no lo hace, siguiendo la otra máxima: “¡El que se mueve no sale en la foto!”
Cuando va a la oficina, se despierta la voz de alerta.
La oficina entra en un ritmo impetuoso, así como si estuviera bailando la “Gaita Frenética”, frenesí desbordado por el “pitazo” del arribo inesperado de la Jefa. Como barco que estuviera siendo abordado por los piratas, los marineros, en este caso empleados, con el aviso, se activan drásticamente, y, es un subir y bajar escaleras, teclear oficios reales y ficticios, preparar informes, dictados, subir expedientes, bajar documentos, esconder tortas, “gansitos”, “sabritas”. Otros trabajan con normalidad.
“¿Cómo estamos?”, de vez en cuando, se le ocurre preguntar con una agradable sonrisa.
Desde la entrada, subiendo las escaleras, espontáneamente alguien “aprieta” el botón rojo de alerta, transmitido sutilmente de escritorio en escritorio y pues a poner todo el escenario del trabajo incesante, como motor bien aceitado.
Muchos sonríen, dándole las “gracias”.
“Gracias por su convicción e institucionalidad”, contesta regularmente.
(“¿Ser institucionales?, ¿qué es esa madre?”, me pregunta Jesús, pero al verla pasar, me aconseja, con ese tonito tan suyo: “Anda, cabrón, vele a dar las gracias otra vez por la chamba”, y se aleja del espejo.)
La Güera, su secretaria particular escribe a modo de telegrama todas las instrucciones que le transmite la Jefa. Además, le pasa todos los documentos para firma o los signa ella “Por Orden” (P.O).
Los ritmos de la oficina son circunstanciales: lerdos, pausados, como la música instrumental de cualquier buen hotel que escuchas en el elevador, sus pasillos o restaurant.
Cuando se presenta algún “bomberazo” por el apresuramiento de entregar un informe, discurso o el programa anual de trabajo, entramos al ritmo del “Rock around the clock”.
Hay sus buenas melodías de jazz y blues para los momentos de nostalgia.
Cumbias para los que están pensando no regresar por la tarde e irse de pachanga. ¡Total, es viernes de quincena!
Claro, todo depende de qué área nos estemos refiriendo, los momentos y personas que las conforman.
Todo tiene sus asegunes. Hay áreas, con sus consiguientes empleados, que trabajan concienzudamente en ciertos días o en gran parte del año, como contabilidad, otras se la van llevando más tranquila. Como en la vida, no es dable generalizar. En las oficinas públicas, con modernos o edificios al punto del llanto, hay tornasoles reflejando los días: complicados como diente de león tras un soplido, o como las miradas que se reflejan en la luz de las esferas.
Ocurre que algunas oficinas están saturadas de tantos papeles, documentos, que bien pudieran simplificarse.
Con el paso del tiempo, me di cuenta de que hay tantos papeles para firmar, tantos informes, que a veces me pregunto: ¿Quién carajos lee tantos documentos? ¿Quién los interpreta? ¿Cuál es su finalidad? Pinche fastidio al imaginar todas las putas horas que pasamos en la oficina haciendo estos informes, oficios, reportes, esos cuadros.
Tampoco hay que exagerar, ya que muchos de esos documentos son necesarios, porque como dije, todo tiene sus asegunes, contraluces…
En esta oficina, como en todas las oficinas públicas, hay infinidad de sonrisas, que son como máscaras para que nadie conozca tus verdades, debilidades. También hay amistades que traspasan los perímetros de los escritorios.
En esta oficina, muchas veces no nos decimos lo que realmente pensamos, ya sea por las reglas de la cordialidad o por temor de perder el empleo.
Y vamos viendo pasar la vida de sonrisa en sonrisa.
#Hélices
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