Por Agustín Labrada
Tras haber colaborado con numerosos diarios, revistas y suplementos culturales, tanto de circulación nacional como internacional, y de haber recibido importantes premios, el maestro Juan José Morales Barbosa sigue en la batalla llevando la compleja ciencia en un lenguaje claro por los cauces del periodismo a la mayor cantidad de lectores que ama la naturaleza y el porvenir.
Tres de esas revistas, donde publicó Morales, marcaron hitos en la historia del periodismo mexicano: Política, que se considera antecesora de Proceso y en la cual fue secretario de redacción, de índole informativa y de análisis, donde participaron intelectuales como Carlos Fuentes, José González Pedrero, Raquel Tibol, Carlos Monsiváis, Ríus…
La segunda fue Contenido, la primera que pudo realmente hacerle competencia a Selecciones, pero no era una copia de ella como las que le precedieron, sino que se caracterizó por contener artículos y reportajes originales y trascendentes. Fue la primera revista mexicana que tuvo un redactor científico de planta: el propio Juan José Morales.
La otra, Técnica pesquera, fue una revista especializada en oceanografía, biología marina y pesca, en la cual Morales fue jefe de información y se ganó el prestigio de ser el mejor periodista latinoamericano especializado en esas materias. Estando allí, viajó por costas de México, Noruega, Dinamarca, Perú y Cuba; y participó en faenas de pescadores.
Entre sus varios premios están el Nezahualcóyotl, que se otorga a escritores hispanoamericanos; el Premio Ricardo Mimenza Castillo, del Instituto de Cultura de Yucatán, por obra publicada; y el Premio Nacional a la Divulgación de la Ciencia, de la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Tecnología.
El autor de libros como La nave del profesor Itzamná y El mar y sus recursos, también ganó el Premio Latinoamericano a la Popularización de la Ciencia y la Tecnología, que ofrece la Red Pop: asociación de museos, universidades, centros de investigación y otras instituciones de Latinoamérica, España, Francia y Estados Unidos.
¿De qué experiencias nacen tus vocaciones relacionadas con el periodismo, la literatura y la ciencia?
Al periodismo entré por lo que podríamos llamar vocación natural desde mis tiempos de preparatoriano, publicando en periódicos estudiantiles. Luego fui corresponsal en Yucatán de La voz de México, órgano del Partido Comunista, y, como les gustó mi trabajo, me pidieron formar parte de la redacción en la Ciudad de México. Lo hice y, cuando el periódico dejó de publicarse diariamente, comencé a trabajar en otros periódicos y revistas.
En aquel entonces, quise estudiar Física en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México. Por ello, en los periódicos en que trabajaba me veían como a una especie de experto en cuestiones espaciales y empezaron a encargarme notas y reportajes sobre esos temas. Como hice bien las cosas, empezaron a enviarme a cubrir congresos científicos, y descubrí que en realidad, más que hacer ciencia, lo que me gustaba era hablar de ella, difundirla, y terminé especializándome en el periodismo científico.
Al principio fue un poco difícil, pues los científicos desconfiaban de los periodistas ya que usualmente tergiversaban o mal interpretaban sus palabras, no por mala fe, sino simplemente por desconocimiento, pero tuve el cuidado de siempre pedir a mis informantes que me revisaran mis textos para corregir errores. Con eso pude ganarme la confianza y la aceptación de muchos de ellos.
Por muchos años, fui el único periodista científico en México. Ahora hay muchos, incluso algunos que yo ayudé a capacitar, primero a través de cursillos informales para investigadores en la Torre de Ciencias de la UNAM, luego en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, donde durante varios años dirigí la elaboración de programas de televisión y noticiarios de prensa y radio; y finalmente en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM donde, por iniciativa del director Julio del Río, establecí la cátedra de Periodismo de la Ciencia en la carrera de Ciencias de la Comunicación.
También, durante dieciocho años, produje para Radio UNAM el programa Actualidades científicas, dos veces a la semana. El programa, por cierto, lo grababan personas que ahora son muy conocidas en el medio artístico como el compositor y cantante Óscar Chávez, los actores Eduardo Lizalde y Claudio Obregón, y el musicólogo Juan López Moctezuma.
De tus inquietudes culturales, en el más amplio sentido, ¿cuáles han permanecido fijas a lo largo del tiempo y cuáles han respondido a circunstancias específicas?
Mi afán casi obsesivo por combatir la charlatanería, la superstición, el oscurantismo, las seudociencias, las falsas medicinas “alternativas”, incluida la homeopatía. A ello le he dedicado cientos de artículos, pero a veces pienso que estoy arando en el mar.
En tu larga carrera de actividades múltiples dentro de la cultura, ¿privilegias algunos momentos significativos?
Podría escoger dos: mi integración al equipo que elaboró los nuevos libros de Ciencias Naturales para la enseñanza primaria de la Secretaría de Educación Pública y la etapa en que dirigí la Casa de la Cultura de Cancún. En el primero porque pude contribuir a cambiar el sistema educativo; en el otro porque pude facilitar el trabajo de muchos creadores y establecer nuevos medios para difundir la cultura.
¿Cuáles son los mecanismos fundamentales que utiliza el periodismo para avalar como verdades y dosificarlas para el público masivo los descubrimientos científicos?
Más que de verdad, creo que en ciencia debemos hablar de confiabilidad y credibilidad de inventos y descubrimientos. La mejor para decidir si la tienen es que vengan de centros de investigación y de investigadores serios y confiables y, desde luego, que la investigación se haya realizado conforme con el método científico y con base en principios ya demostrados.
¿A qué fuentes acudes?
Mis fuentes básicas son las revistas científicas. Ahora se facilita mucho el trabajo gracias a la Internet, pero hubo una época en que gastaba una pequeña fortuna en revistas y tenía que andar metido en las bibliotecas de los centros de investigación que estaban suscritas a las más caras. La tecnología es un auxiliar del arte. Recuerdo a Siqueiros pintando con pistola de aire, y agradezco a los inventores de la máquina de escribir y la computadora por no tener que escribir con pluma y tintero, ni tener que hojear libros y haberme ahorrado muchísimo tiempo y esfuerzo en la labor de buscar información, escribir y corregir y pulir mis textos.
¿Hasta qué punto inciden los intereses e imposiciones del gobierno en turno, en cualquier país y época, en la obra de los periodistas científicos?
No creo que haya imposiciones. Uno puede mantener su independencia. Más bien lo que hay por parte del gobierno es apatía y hasta desdén por la ciencia, pues priva la mentalidad colonialista de que no vale la pena hacer investigación propia ni desarrollar tecnologías propias, ya que resulta demasiado costoso y es mejor comprar conocimientos en el extranjero.
¿Crees que sean acertadas las fusiones, en un solo cuerpo ideoestético, de los discursos periodísticos y literarios con elementos científicos?
Todo depende de la calidad. Un buen reportaje científico, aún sobre el tema más especializado, puede tener gran valor literario y cautivar al lector.
El descubrimiento de un documento antiguo, que tenga información verosímil y novedosa respecto del conocimiento que se tiene de cierta época ¿puede transformar la visión que se tiene del pasado?
Desde luego, y ésa es la función de la arqueología, la etnohistoria, la paleobotánica y otras disciplinas, porque hay que subrayar que, en un sentido amplio, documentos no son sólo los textos escritos, sino también aquellos elementos que permiten conocer mejor el pasado. Por ejemplo, las pequeñas mazorcas de maíz de siete mil años de antigüedad de la cueva de Coxcatlán en Puebla, que arrojaron luz sobre la historia de la domesticación del maíz.
¿Existe alguna salida cuando dos escuelas científicas presentan lecturas antagónicas sobre un mismo acontecer?
La salida la da la propia ciencia cuando los hechos terminan apoyando en definitiva a una de las dos hipótesis o puntos de vista. Un buen ejemplo es el de la expansión del universo. Cuando se descubrió que las galaxias se alejan unas de otras, resultó obvio que ese fenómeno implicaría que el universo tuvo un origen, cuando todo su material se encontraba altamente concentrado, y también que su densidad va disminuyendo con el tiempo. Surgió así la llamada teoría del Bing Bang o Gran Explosión, pero no todos los cosmólogos la aceptaron y, en oposición, se desarrolló la llamada teoría del estado permanente o de creación continua de materia, según la cual constantemente se forma nueva materia en el espacio, de modo que, aunque las galaxias se separen, la densidad del universo permanece constante. Al final, toda una masa de evidencias observacionales ratificó la teoría del Big Bang.
¿El reconocimiento público te ha sido imprescindible para crear?
Imprescindible no. De hecho, ni siquiera me importa tener reconocimiento público. Lo que me interesa es tener lectores.
¿Puedes mencionar los principales cinco maestros cuyas obras y estilos hayan tenido eco en tu formación?
Como periodista recibí invaluables enseñanzas de Gerardo Unzueta y Rosendo Gómez Lorenzo, excelentes periodistas ambos, que no sólo me enseñaron el oficio, sino también me inculcaron sólidos principios éticos, dignidad y rectitud que creo haber asimilado y conservado hasta hoy. En cuanto al estilo como divulgador, tuve que desarrollar uno propio porque, como digo, me tocó ser pionero en ese campo y no había a quién imitar.
#Hélices
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