Por Danna Felisa Ramírez Saldaña
Conozco una persona que desde pequeña mostró temple y carácter para salir adelante, enfrentando las adversidades de haber nacido en una familia numerosa y de escasos recursos.
Pasando algunos años se casó y tuvo hijos.
Todo iba bien hasta que decidió terminar su prepa.
Contra viento y marea, sobre todo los reclamos de su esposo, concluyó sus estudios universitarios y optó por trabajar. Sus hijos ya estaban en la secundaria.
Su esposo intensificó sus reclamos dado que “no lo atendía como debía ser”, según decía, y esto era que le preparará y sirviera la comida y la cena “a sus horas”, justificó sus gritos. Ella se esmeraba por preparar los alimentos por las noches, y dejar las porciones en el refrigerador, para que cada uno se sirviera de acuerdo a sus horarios.
Pero no, “ella debía atenderlo como debía”, exclamaba su esposo.
Además, exigía que debía mantener limpios la casa, trastes y ropa, ello a pesar de que, prácticamente eran iguales las aportaciones económicas de cada uno de ellos.
Los problemas se agravaron cuando a mi amiga la subieron de nivel y de prestaciones, por tanto, mejoraron sus ingresos, sobrepasando a los del esposo.
La celopatía no se hizo esperar. Como es común no había pruebas o evidencias de alguna infidelidad. Así, los gritos exasperados de su esposo no tenían ningún fundamento, como tampoco los golpes que le empezó a propinar. No sólo eran golpes en el cuerpo, sino gritos, ademanes, que fueron in crescendo, tendentes a desestabilizarla emocionalmente.
Le exigió que renunciara y se avocara “a lo que era su obligación: el cuidado del hogar, la preparación de los alimentos, el lavado y planchado de la ropa”, en un largo etcétera, que le fue exigiendo.
Además, “no era justo que lo pusiera en vergüenza ante sus amigos”, a quienes ya no quería atender durante las fiestas que periódicamente le tocaba organizar en su casa.
Un martirio vivió durante algunos meses, hasta que buscó apoyo especializado y procedió a interponer las denuncias respectivas.
Al poco tiempo, se divorció.
Hoy es una mujer independiente.
Exitosa.
Hizo a un lado a su maltratador esposo vía medidas de protección.
Pero este no es el caso de muchas mujeres.
Miles de mujeres viven y padecen violencia de género, que se suscita en una sociedad patriarcal, que tiene estereotipos de género sumamente enraizados en el imaginario social.
Como dijimos en otra entrega, los estereotipos de género son ideas preconcebidas sobre los papeles que deben desempeñar las mujeres y los hombres.
Una consecuencia de los estereotipos de género es la construcción de los roles de género, que son conductas, tareas, responsabilidades, funciones, que supuestamente deben desarrollar los hombres y mujeres.
Aquí sólo hemos dado cuenta de algunos.
Las dicotomías hogar-trabajo / público-privado tienen especial mención. El hogar, es el espacio privado por excelencia y está asignado históricamente a la mujer. Sus funciones son la de cuidadora del hogar.
Es normal que la mujer se encargue de la familia, preparar la comida, lavar la ropa, trapear, atender a los hijos, entre muchas otras labores. De tal forma, lo femenino es lo maternal, lo doméstico, aquellas actividades que se llevan a cabo en el vivienda, en el ámbito privado.
Lo contrapuesto es lo masculino, que se identifica con lo público, lo productivo, ya que supuestamente sólo los hombres tienen la capacidad para realizar actividades de liderazgo, etc.
En este contexto, socialmente se piensa que las mujeres deben hacer trabajos rutinarios, manuales, y que no pueden llevar a cabo labores de dirección o de coordinación, dado que los hombres son más dinámicos, racionales, es decir, están más capacitados. Son dominantes y las mujeres pasivas.
El problema con los estereotipos de género, es que son una herencia familiar y colectiva, que limita capacidades y proyectos de vida de hombres y mujeres que, en lo individual son diferentes y muchas veces desean tomar decisiones de vida alejadas de esas ideas preconcebidas.
Claro estamos hablando en términos generales y se ha avanzado mucho en las últimas décadas, pero si observamos bien, en la sociedad mexicana, abierta o veladamente los estereotipos de género están presentes y perpetúan desigualdades.
En este caso son observables diferentes roles de género que hay que visibilizar para erradicar.
Hoy más que nunca debemos trabajar para lograr una sociedad cada vez más igualitaria.
¡Ya basta!
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