Por Jorge Manriquez Centeno
El tío Ismael imponía su presencia. Era alto. Adusto. Siempre trajeado. Cuando lo llegaba a ver el Tote, lo veía hacia arriba, pero lo tapaba el sol.
Una vez llegó por la mañana a la residencia donde el Tote formaba parte del “servicio activo”, pero estaba corriendo por el patio, con los ladridos de la Monina persiguiéndolo. En tono severo, le dijo: “¡Hey, tú, son horas laborales, tienes que trabajar!” “¡Perdón, tío!”, fue la respuesta. Su tío le pidió que trajera dos sillas. Sentados, uno enfrente del otro, le narró el cuento de la Cigarra y la Hormiga, que se lo sabía casi de memoria. Habló de las malas mañas de la cigarra, “esa como flojera que todos llevamos dentro y a la que hay que vencer para que el invierno no nos deje en la intemperie, ni mucho menos mendingando como a la cigarra.”
Era detallista: un día, se le acercó al Tote y le dio una maleta con figuras de madera. Dentro de la maleta esas figuras eran un rompecabezas. Al momento, le dijo: “Ten, has un descanso, juega un rato.” El Tote sacó las figuras de madera, y jugó y jugó, ya saben cómo es la imaginación, a cuanta cosa se les ocurra porque no recuerda ya a qué jugó…
…”
De ello hablo en este cuento:
“Tío Ismael”, consultable en el siguiente link:
https://naranjo.press/tio-ismael-jorge-manriquez-centeno/
#Hélices
Sé el primer en dejar tu comentario de esta noticia